Crítica a la sinrazón pura:

"  Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿Qué podemos saber? Es decir, de qué podemos estar seguros de saber, o seguro de que sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo 'cognoscible'. ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: 'Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas'. Por 'cognoscible', dicho sea de paso, no quiero decir aquello que pueda ser conocido por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o por lo menos algo que puedas mencionar a un amigo.
     ¿Podemos en realidad 'conocer' el universo? Dios  santo, no perderse en Chinatown es ya bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá algo allá fuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? por último, no cabe duda de que la característica de la 'realidad' es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña.) Por lo tanto, el dictum cartesiano. 'pienso, luego soy', podría expresarse mejor por '¡Eh, allí va Edna con el saxofón!'. Así pues, para conocer una sustancia o idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidad que posee en su estado finito, que están, o son realmente, 'en la misma cosa', o 'de la misma cosa', o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar paso a la epistemología..." 

La mujer es una flor

A principios del siglo xx, la mujer se erguía consciente de su dignidad envuelta en la fastuosa coraza de sus vestidos, con la figura comprimida para formar una grotesca ''S'': el pecho se forzaba hacia delante en curva sinuosa mientras el trasero se exageraba y se curvaba en el sentido opuesto, y todo ''gracias'' a un corsé que además lograba una cintura de avispa y un abdomen liso. Esta moda obligaba también a llevar faldas fruncidas en la caderas que se precipitaban hasta el suelo; a sufrir mangas muy largas y estrechas, cuellos almidonados y excesivamente altos; a lucir colas, tocados para el cabello y algunos mechones ondulados recogidos bajo los sombreros, que eran muy recargados, con drapeados exageradísimos confeccionados en paño, tela chiné, alpaca de planta, terciopelo y encaje.
Las mayores innovaciones en los vestidos de fiesta de 1898 eran las flores de tallos largos y estilizados, los ribetes bordados con vivos colores y los adornos con movimiento ascendente. Una pasión sin precedentes por la ornamentación caracterizó a esta época: bordados con cordoncillo, apliques, puntillas, abalorios, lentejuelas y pliegues cubrían a las mujeres formando una red deslumbrante.
Otra inspiración reformulada que compartían el arte y la moda eran las imágenes eróticas y los nuevos ideales de belleza femenina: la melena al viento estaba plagada de significados para los secesionistas, y la moda también insistía en el cabello ondulado y ahuecado, recogido pero no tirante, sujeto con horquillas en la nuca.
Alrededor de 1900, el cuerpo femenino era un artículo ornamental o de joyería; la boyante industria de la moda lo estabiliza de forma erótica, lo deformaba y lo abstraía de su función biológica. Así la moda y la feminidad se unieron de forma inextricable. Ya en la década de 1890 los diseñadores habían tratado de establecer los principios estéticos de la 'asimetría': la moda no solo expresaba las desigualdades entre la clase sociales, sino entre los hombres y mujeres.